Padre Rafael Castillo Torres.
El pasado 1 de diciembre, en el claustro de Santo Domingo, en la ciudad de Cartagena de Indias, la congregación de Jesús y María, padres Eudistas, juntamente con las provincias eclesiásticas de Barranquilla y Cartagena celebraron sus 140 años de presencia misionera en Colombia, conmemorando la llegada de ese primer heraldo del evangelio como fue el sacerdote francés, padre Teodoro Hamón.
Presencia misionera que se inició justamente en el caribe colombiano y con un doble propósito: Asumir la formación de los sacerdotes de la Diocesis de Cartagena y acompañar la cura pastoral de una Iglesia que distaba mucho de poder mantener la integridad de su fe, la piedad sincera, las buenas costumbres y el ejercicio de la misericordia. Recordemos cómo a finales del siglo XIX, la diocesis de Cartagena comprendía lo que son hoy las arquidiócesis Cartagena y Barranquilla, así como las jurisdicciones eclesiásticas de Magangué, Sincelejo, Montelíbano y Montería. Llegaron a Cartagena por petición expresa de monseñor Eugenio Biffi, obispo de Cartagena y envío misionero del Papa León XII. Monseñor Biffi, durante su paso misionero por esta ciudad (1856 – 1862) antes de ser expulsado y confinado por un gobierno anticlerical, supo conocer, con su corazón de pastor, las mas grandes y urgentes necesidades de esta Iglesia que ahora se le había confiado.
Ya como obispo y viendo su clero, llegó a escribir: “El obispo de Cartagena es como un pobre carpintero obligado a trabajar con hierros viejos, oxidados y dañados. ¿Qué hace el pobrecito? Imposibilitado para cambiarlos o reemplazarlos por otros nuevos, los limpia lo mejor posible, los hace afilar y continúa sirviéndose de ellos. Así tengo yo que hacer con mis sacerdotes que son casi todos viejos y cubiertos de óxido moral. No puedo mandarlos inmediatamente al cielo; el Señor se los llevará a su tiempo; yo procuro sacudirlos un tanto, quitarles el óxido moral, darles una limpieza general y sacarles el provecho que puedo. Así tengo siquiera quienes administren el bautismo a los niños y asistan a los moribundos.”
Como evangelizador incansable que recorrió toda su diocesis y padre solícito por la realidad que palpaba, monseñor Biffi, quien por cierto era un muy buen fotógrafo, tomará una foto que nos recuerda el modo como se organizaban y celebraban las fiestas patronales: “No basta santificar las fiestas, es menester santificarlas de un modo que no desagrade a la Majestad de Dios. Trátese por ejemplo de festejar al santo Patrono, o a la Santísima Virgen, etc.; el pueblo se pone en movimiento, se elige una junta, se hace una cerca para toros, se buscan juegos de ruletas, no faltan sus gallos de pelea, se consideran imprescindibles los bailes públicos, y de preferencia, la censurabilísima cumbiamba (…). Dicen que van a la fiesta del santo o de la santa, pero en realidad van a divertirse al baile, a lucir vestidos, a consumir sus ahorros en la ruleta, o en el aguardiente, o en otros desórdenes más graves todavía”.
A estos desafíos concretos llega la espiritualidad de los padres Eudistas quienes desde el Seminario San Carlos Borromeo irradiarán todo un quehacer pastoral como formadores y misioneros según la voluntad de su fundador y lo harán con un llamado permanente a la conversión; viviendo en comunión intima con Cristo; dejándose guiar por el Espíritu de Dios; manteniendo su conciencia de que han sido enviados por la Iglesia para santificar el pueblo de Dios; viviendo en comunión con la Iglesia en la persona de monseñor Biffi; manteniendo una valentía profética; amando a los hombres y mujeres como Jesús los amó y dando a todos esperanza en la hora que les tocaba vivir.
Valoremos y agradezcamos a Dios este testimonio valiente de los padres Eudistas en nuestra región caribe. Ellos han sido para nuestras Iglesias testigos de oración y fraternidad; y han procurado que los corazones de Jesús y María, siempre abiertos a Dios, ardan en todos nosotros.