Gestar el futuro desde el presente… Nuestro mayor compromiso

9 Mar 2023

Padre Rafael Castillo Torres.   


El momento que vivimos nos es fácil, y es sano preguntarnos: ¿Hacia dónde se está moviendo la Nación colombiana? ¿Para dónde vamos? Son preguntas muy inquietantes. ¿Qué respuesta se puede dar?, ¿Quién puede saber qué se está generando en las entrañas de nuestra interminable historia de violencias, polarizaciones, enfrentamientos e incapacidad de diálogo?¿De las mesas de dialogo que se han abierto, de aquellas que se han de abrir y de los grupos que se han de someter a la justicia, con todos ellos, nos llegarán las grandes soluciones y los caminos más acertados que la nación ha de recorrer? ¿Qué están pensando, justo ahora, las comunidades que tienen como mayor anhelo construir las paces en sus territorios y qué tanto están subiendo sus propuestas, nacidas de las entrañas de la Colombia olvidada, a las mesas donde se dialoga, se firmarán acuerdos y se propondrán nuevos caminos?  Nuestros campesinos tienen como lección aprendida que, el agua, brota con mayor fuerza cuando viene de la profundidad. Por ello lo que se espera es que, el agua de la Colombia profunda pueda subir y refrescar todas las mesas que se abran. Sólo así, y con la ayuda de Dios, podrá descender como agua refrescante.

Estas preguntas y valoraciones sé que pueden provocar pesimismo: vamos a la catástrofe… a la descomposición total, no faltará quien nos diga que “aquellos que se han considerado martillos…nunca dejaran de vernos como clavos”. Otros querrán mantener el ánimo pensando que el futuro será mejor: no es posible seguir así. Todos sentimos la fatiga de la guerra… un día esto se compondrá.

El futuro de la Nación colombiana no está escrito. Los que vienen detrás recogerán las siembras que hagamos hoy. El porvenir siempre se gesta desde el presente, y lo hacemos con nuestra manera de pensar y de actuar, con nuestro estilo de vivir y la manera como asumimos los conflictos. ¿Colombia avanza en la solución de sus problemas de fondo?

No estoy muy seguro. Los aprendizajes de la Iglesia nos dicen que, en esas zonas de conflicto rural o urbano, las imposiciones violentas no sirven para construir una convivencia duradera. Hace mucho bien cuando las ideas son asumidas por la conciencia colectiva y la gente se adhiere a ellas de forma libre y pacífica y sin presiones de ningún actor. Es la única forma de avanzar hacia una convivencia más humana.

Para el futuro de Colombia, lo decisivo no será la fórmula jurídico-política para los acuerdos, sino la visión de humanidad y de sociedad que tengamos, el talante democrático que nos distinga, reconocer la propia dignidad y la de los demás, y la búsqueda eficaz del bien común. En ese sentido, la Iglesia, desde el Secretariado Nacional de Pastoral Social/ Cáritas colombiana, se siente en el deber, desde su acción evangelizadora, de poner en marcha una corriente social que nos lleve a un desarrollo más humano y justo de la convivencia; de promover una cultura más penetrada de sentido ético; de impulsar una acción evangelizadora de las relaciones sociales y políticas basada en actitudes y compromisos que integren y no separen, que unan fuerzas, y no dividan. ¿No será esta nuestra principal tarea, nuestra mayor responsabilidad y lo que más debemos cuidar los colombianos? 

Pero el estilo de vida y la calidad de la convivencia no se improvisan, necesitan un clima social que los estimule. Es decir, un modo de hacer política al servicio del bien común buscado lealmente por todos y para todos y un esfuerzo de educación integral de las nuevas generaciones. Los cristianos, frente a estos retos no podemos ser pasivos, porque no somos una cofradía de ausentes. Somos conscientes de nuestra responsabilidad de colaborar para crear una convivencia más humana.

Esencial reconocer, en el ámbito de nuestras mayores responsabilidades, que necesitamos del perdón. Pero de un perdón dado de veras y con generosidad. Colombia no puede olvidar que el perdón, en su aparente fragilidad, es más vigoroso que toda la violencia del mundo. Recordemos la experiencia y el buen ejemplo dado en Villavicencio con el Cristo de Bojayá. Ese día experimentó la nación la grandeza humana del perdón y aprendimos como Nación creyente que, la paz no surge de la agresividad y la sangre… sino del amor y el perdón.

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