Yazmín Pinzón, una migrante y lideresa social que reconoce el valor de la resiliencia
22/09/2020 Nació y creció en medio del aire puro del campo, el sonido de la naturaleza y el aroma a café. Fue un 16 de febrero de 1977 cuando en la finca El Porvenir, ubicada en la vereda Potrero Grande de San Calixto, Norte de Santander, llegaría a este mundo Yazmín Zulema Pinzón Ramírez, una niña alegre y trabajadora que con los años se convertiría en una de las lideresas sociales del país.
“No tuve infancia como tal porque fuimos criados a puro trabajo a sol y agua, pero gracias a eso que me enseñaron mis padres, hoy soy una gran mujer con valores y principios, trabajadora y fuerte”, asegura.
San Calixto, así como otros municipios que pertenecen a la subregión del Catatumbo, infortunadamente no solo se caracteriza por sus bellos paisajes y el calor humano de sus habitantes, sino también por el flagelo de la violencia que lo ha azotado durante décadas, un territorio que ha sido disputa de varios grupos al margen de la ley y que ha dejado miles de víctimas a lo largo del tiempo, una de ellas es Yazmín.
“En el año 2004 viví uno de los momentos más difíciles de mi vida. Por culpa de la violencia interna de más de 54 años que vive Colombia evidencié masacres, como el desplazamiento, desaparición forzada, secuestros, torturas, abusos sexuales, campos minados, entre otros. Los civiles somos las familias que más afectados y abandonados estamos. Cada día somos vulnerados y revictimizados sin garantías institucionales gubernamentales ni del Estado”, comenta esta líder social.
Aterrorizada por las amenazas que sufría en esos momentos y angustiada por el futuro incierto que le esperaba, Yazmín no tuvo más opción que dejar su casa y, con ella, a sus seres amados. Sin tener un rumbo fijo y en estado de embarazo, caminó horas y días, atravesó montañas, veredas y pueblos teniendo como único consuelo a la bebé de 6 meses que llevaba en su vientre.
La Pelota, San Pedro, Los Ángeles, Las Pavas, La Playa y Ocaña son algunos de los lugares por los que Yazmín dejó sus huellas y lágrimas, lugares en los que se detuvo a tomar fuerzas para seguir con ese largo camino que la vida le tenía preparado.
“En Ocaña llegué a la Cruz Roja solicitando ayuda, mis pies estaban muy hinchados y adormecidos, no sentía hambre, pero mi bebé se revolcaba en mi barriga como diciendo que comiera algo. Pero… ¿qué comía si no tenía nada? Solo recuerdo que me echaba un pedazo de panela que era lo que mi madre me había dado. En la Cruz Roja tuve que esperar horas y horas porque había una fila enorme de víctimas que habían salido antes que yo”.
Aferrada a Dios, soportó el cansancio, el hambre y la debilidad de su salud con tal de ser atendida y recibir ayuda. Allí le brindaron atención médica, una pequeña colchoneta, 3 ollas y un toldillo… con esto emprendería su viaje a Cúcuta para ir al reencuentro con su tía, quien le tendió la mano y apoyó en esos difíciles momentos.
“Ahí estuve algunos días mientras declaraba en la Personería. Pude hacerlo, pero sentía mucho miedo, pensaba que me perseguían y que me matarían. Si veía un uniformado entraba en crisis de miedo, le decía a mi tía que no me quería quedar en Cúcuta, no me sentía segura. Ella me decía que su hermano estaba trabajando en minas de carbón en San Cristóbal, Venezuela, que allá a veces buscaban cocineras. Hablé con mi tío y me dijo que me llevaba si yo aguantaba caminar de 3 a 4 horas y le dije que sí”.
Un día lunes, inicio de semana, también empezaba una nueva etapa de vida para Yazmín Zulema. Haciendo escala en bus de Cúcuta a Ureña y de allí a Guallabón, llegó junto su tío al lugar donde comenzaría otra caminata, aunque esta vez era un poco más corta, no era menos dolorosa.
Según recuerda, “prendimos una caminada de 3 a 4 horas en puras subidas, hasta llegar al lugar de las minas de Lobatera en el estado Táchira. Cuando llegué ahí, lloraba y lloraba, me acordaba de mis hijas y mis padres. Pensé que no iba a ser capaz de adaptarme porque eran solamente montañas, no había luz, ni agua, solo ranchitos de varas que parecían chocitas”.
El afluente de agua más cercana se encontraba a 40 minutos a pie y, en caso de no haber, tenían que utilizar óxido de las máquinas que utilizaban los obreros. Parecía agua pura, pero su sabor era fuerte, las comidas y bebidas quedaban ácidas, pero ella debía acostumbrarse a esta realidad. Hoy, esa bebé que llevaba en su vientre, sufre las consecuencias de esto, ya que ese líquido destruyó parte de su aparato digestivo.
“Estando allí tuve comunicación con un hermano que estaba en el estado Trujillo (Venezuela). Le comenté por lo que estaba pasando y me dijo que le llegara allá, que él no tenía casa, pero que cuidaba una iglesia cristiana y hablaría con el pastor, que era un gran hombre, muy humano. Decidí irme para allá. Nada fue fácil, empecé a sacar fuerzas para hacerme conocer, hice amistades a los 15 días de haber llegado y nació mi hija, ella es venezolana”.
Convencida de no sumirse en su dolor y decidida a salir a delante, logró alquilar una habitación para ella y su hija, también diligenció su estadía en el vecino país, no era fácil vivir sintiéndose perseguida por las autoridades venezolanas y temiendo ser deportada.
Cada mes viajaba a Maracaibo, Venezuela, para sellar su salvoconducto; sin embargo, llegó el momento donde la Guardia no se lo permitió más, pero esto solo la fortalecería, pues a raíz de lo sucedido tomó muchas fuerzas y empezó a trabajar en una organización que ayuda a colombianos que residían en este país.
Para Yazmín Zulema, “el momento más feliz fue cuando me enteré que mi mamá iba a llevarme a mis hijos. Más fuerte me ponía. Esperaba ese momento hasta que llegó. Fue un reencuentro muy feliz y seguí mi vida con más ánimos. Me integré participando en el Consejo Comunal de una zona llamada ‘14 de enero’, ahí se hicieron algunas obras sociales a familias venezolanas y colombianas, trabajamos todos en equipo”.
No obstante, el 6 de diciembre del 2010 a la 1:00 a.m., se crecieron dos ríos que afectaron la comunidad donde ella residía con sus pequeños, quedando damnificados junto a gran parte de las familias. Desde esa fecha, Yazmín y sus vecinos estuvieron de albergues en albergues durante 3 años.
“Estando en estos lugares decidí organizarme con un grupo de familias colombianas y migrantes donde sacamos una comisión para viajar a Caracas a exponer nuestra situación. Ya me sentía empoderada y que podía reclamar un derecho porque tenía mi salvoconducto. Viajamos tres personas, fuimos al Palacio Miraflores en Caracas. Nos atendieron unos militares a quienes les expusimos la problemática de lo que nos estaba pasando en los alberges, que ya teníamos tres años de estar ahí y nadie nos daba solución”.
Gracias a esto, lograron conformar un Consejo Comunal y les asignaron 2 hectáreas y media de terreno. Allí construyeron 123 viviendas para las familias que estaban en el alberge y nació una urbanización llamada Los Próceres, que en su reseña histórica exalta la labor y el papel tan importante que jugó Yazmín Zulema Pinzón. De este proyecto fueron beneficiados colombianos migrantes y venezolanos, además de 3 familias árabes.
Pero en septiembre del 2015, la vida la sorprendía con un nuevo hecho doloroso: otro desplazamiento, pero esta vez por parte del gobierno venezolano, quien deportó a millones de familias colombianas que tuvieron que cruzar la frontera por trochas. Tuvo que dejar todo y retornar al país que había dejado hacía más 10 años.
La historia se repetía, recorrió varios alberges en un lapso de 6 meses. Sus hijos enfermaron, cayeron en depresión, lloraban mucho y perdieron el apetito, razón por lo que tuvo que buscar apoyo psicosocial para que fueran tratados por médicos especializados, ya que son pacientes renales y una de las niñas está diagnosticada con esquizofrenia bipolar y retraso mental.
“Conocí el barrio Camilo Daza en Cúcuta donde estamos actualmente. Llegué ahí sin conocer a nadie, sin tener nada, lo único que traía era mis hijos y 2 carpas. Me acuerdo de un padre llamado Wilmer, era el que venía a traernos pan y gaseosas, eso era lo que comíamos. Averigüé quién era la presidenta de la Junta de Acción Comunal (JAC) y fui a buscarla. Me le presenté y me le puse a la orden, ahí seguí participando y conociendo”.
Su empuje y ganas de salir adelante la convirtieron en la lideresa social que es actualmente, su casa se ha convertido en un hogar solidario donde ha alojado a más de 50 familias migrantes. Trabaja de la mano con la Diócesis de Cúcuta y hace parte de la Mesa de Víctimas Municipal, también fundó su asociación llamada ‘Sueños de libertad’.
“Me veo en un futuro con una casa hogar donde pueda ayudar con más facilidad a esas familias que no tienen donde pasar una noche, también alojar familiares de personas privadas de libertad que viajan de otros departamentos y les toca dormir en los andenes de las cárceles para poder ver su ser querido. Quiero tener un espacio de rehabilitación para aquellos jóvenes, niños y adolescentes que están cayendo en drogas y tener mi propia vivienda para que mis hijos vivan dignamente y no pasen más necesidades”, son los sueños de esta mujer a la que ni las adversidades ni la violencia, han podido detener.