Padre Rafael Castillo Torres
El próximo 29 de mayo celebramos 30 años del cruento martirio del padre Javier Ciriaco Cirujano Arjona, sacerdote Fidei Donum de la Iglesia de Plasencia en España y misionero en la Arquidiócesis de Cartagena durante 30 años, en la subregión de los Montes de María, y más concretamente en la Parroquia de San Jacinto departamento de Bolívar.
Dado que fuimos compañeros de vida y ministerio, él como vicario de zona y yo como su secretario, deseo abrir una reflexión por la urgencia que tenemos hoy de preservar la memoria para las presentes y futuras generaciones; por la necesidad de hacer una lectura permanente de fe frente a la persecución y martirio de tantos misioneros y misioneras y por la tarea de seguir buscando y construyendo la paz, por la cual, en esa entraña montemariana, este misionero ofrendó su vida.
El sábado 29 de mayo, muy de mañana, el padre Javier salió hacia Las Lajas, vereda de San Jacinto, en cumplimiento de sus deberes pastorales. Muy a pesar del contexto de confrontación y riesgo, como lo describe en sus cartas, este misionero no se acostumbró a la muerte, no fue insensible al dolor y necesidades de la población campesina y tampoco se le entumecieron sus rodillas ante tanto sufrimiento. Su ministerio y su servicio a la paz fue un decir no a la violencia y a la destrucción; no a la miseria y al hambre; no a lo que mata y envilece. Su sí total a la vida, su valentía y coraje, nacen precisamente de su experiencia de Jesús resucitado que es Fons Vitae, es decir fuente de vida.
Testimonio de Pilar Cirujano, hermana del Padre Javier Cirujano.
Para nosotros los cristianos, es claro que el término “mártir”, en su sentido etimológico original, significa “testigo”. Y eso son, antes que nada, los misioneros: testigos del amor de Dios en los lugares donde su presencia es más necesaria, junto a los desheredados, los desnutridos, los refugiados, los explotados, los enfermos y los perseguidos.
Por lo general los misioneros son personas en situación de riesgo. Y riesgo de la propia vida. Viven con muchas limitaciones; las enfermedades propias de las zonas donde se encuentran suelen afectarlos; los accidentes no faltan; el anunciar el evangelio y acompañar comunidades en zonas de conflicto armado hacen parte de su cotidianidad. Ellos lo saben. Y, llegado el momento, asumen todos los riesgos que se les presentan, con la misma sencillez con que lo asumen esas comunidades empobrecidas acostumbradas a sufrir la vida.
Lo duro de la persecución y el martirio, de todo esto es que es un hecho que se sigue repitiendo hoy. En el año 2022, 18 misioneros y misioneras fueron asesinados de forma violenta en todo el mundo: 12 sacerdotes, un religioso, tres religiosas, un seminarista y un laico. Considerando las palabras de Jesús en Mateo 10, 22: “Y serán aborrecidos por todos por causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el fin, este será salvo”, viene bien preguntarnos: ¿A qué se debe esta escalada sangrienta’?
Aunque las circunstancias concretas varían, las causas, en el fondo, son casi siempre las mismas. Los misioneros y misioneras son testigos incómodos de injusticias y abusos inconfesables. Suelen salir en defensa de poblaciones inocentes masacradas sin piedad como fue el caso del padre Cirujano, que asumió su rol de pastor temerario, ante la amenaza creciente de guerrilleros y paramilitares. Por ello no dejó de hacer llamados permanentes a la reconciliación y la paz, ni se desentendió de los campesinos y familias indefensas.
Hoy, cuando cierta literatura nos muestra a los mártires de los primeros siglos como los únicos, es bueno hacer la justa valoración de todos aquellos hombres y mujeres, untados de Dios que, en medio de complejos conflictos de todo tipo, arriesgan su vida e incluso la pierden por defender al débil. Es un martirio que al igual que el martirio de San Esteban, se inspira en el de Jesús, condenado y crucificado por defender la causa del hombre.
Estos hombres y mujeres no han sido martirizados por ser simplemente cristianos, sino por ser cristianos hasta las últimas consecuencias. Si su cristianismo no hubiera pasado de atender las obligaciones propias del culto, de ser asiduos en sus oraciones y de no hacer mal a nadie, muy seguramente estuvieran, todavía hoy, con vida. Sin embargo, un día decidieron vivir su fe hasta el fondo. Por eso, su martirio es una sacudida para quienes, instalados, como dice el padre Karl Rahner, “en un egoísmo vividor que sabe comportarse decentemente, pretendemos ser cristianos sin arriesgar absolutamente nada”.
Bicicleta que dejó el padre en España antes de viajar a Colombia año 1963
Hace pocos días, en mi visita a la Iglesia de Palmira, me compartía monseñor Edgar de Jesús García, su obispo, que el Papa Francisco en la reciente visita Ad Limina de los obispos de Colombia, uno de ellos le había preguntado sobre: ¿Qué hacer ante tanta persecución que hoy experimenta la Iglesia?, el Papa respondido: ¡Si la Iglesia no es perseguida…no es la Iglesia de Jesucristo!
Valorando la respuesta del santo padre y recordando aquella enseñanza judía: “Si no dan testimonio de mí, dice el Señor, yo no existo”, bien vale la pena reconocer que, si no sabemos ser testigos, Jesucristo permanece oculto e inaccesible a esta sociedad. La única razón de ser que tienen las pequeñas comunidades nacidas de nuestros Planes de Pastoral es la de ser comunidades cristianas que dan testimonio de Jesucristo vivo. La Iglesia no tiene ninguna otra justificación sino aquella de actualizar, en el hoy de esta Nación, el misterio del amor salvador de Dios manifestado en Cristo. Será un testimonio que tendremos que dar en el contexto que originó la pregunta del señor obispo al Papa Francisco: ¡Dios, hoy, padece un proceso condenatorio! No es un secreto que los que hablan contra Dios reciben más audiencia que los que se pronuncian a su favor.
Hoy lo verdaderamente importante y decisivo para nosotros es nuestra fe y nuestro amor. Es hora de darle reposo a la palabra para abrirle curso a la fuerza del testimonio. Es decir, la manera como estamos viviendo los cristianos. Sólo podremos ayudar a salir de esta encrucijada si somos manifestación del amor salvador de Dios. Dios en Colombia no se abrirá paso por la solidez de los argumentos, sino por la verdad que emana de la vida de aquellos que saben amar de manera efectiva e incondicional.
Tanto san Juan Pablo II como la Madre Teresa de Calcuta, nos han recordado siempre que el único testimonio creíble es el de un amor efectivo a los hombres y mujeres, porque sólo el amor puede dar testimonio del Dios Amor. Una pregunta que me surge en la conmemoración de los 30 años del martirio de un misionero como el padre Javier, es la siguiente: ¿En medio de toda esta división y polarización que nos acompaña en el camino tortuosa por llegar a ser una Nación reconciliada y en Paz, no nos viene bien, a todos, el contar con la experiencia de fe radical y de testigos vivos del evangelio, como la de este misionero español?
Para mayor información, quienes lo deseen, podrán encontrar los links de las memorias publicadas por nuestro director, el Padre Rafael Castillo, sobre la vida del padre Cirujano, así como el testimonio de quienes lo conocieron y compartieron su vida.
PADRE CIRUJANO: MEMORIA DE UN MISIONERO… TESTIMONIO DE UN MÁRTIR
LA PAZ NO SE ESCRIBE CON SANGRE