El Papa y lo social
Bogotá, 28 de agosto de 2017. Por Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento, de paso o desnudo, enfermo o preso, y no te hemos socorrido?” Él les responderá: “Les aseguro que cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” ((Mt 25, 41-45).
Esta frase del Evangelio muestra la dimensión profunda de la misericordia y su implicación en la vida de la fe. Ser cristiano exige vivir con alegría el llamado a servir a los más necesitados. Como consecuencia, el pensamiento social de la Iglesia está profundamente relacionado con el anuncio de “la alegría del Evangelio”, tal como lo explica el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica “Evangelii Gaudium” que se publicó el 24 de noviembre del 2013. Con su testimonio de vida, con sus mensajes, con sus actitudes el Papa ha mostrado una forma de hacer realidad esta profunda enseñanza del Evangelio, En cada uno de sus viajes apostólicos los más pobres han encontrado un puesto privilegiado, se ha acercado a ellos y les ha hecho sentir el amor misericordioso de Dios. Su contacto con los enfermos, con los encarcelados, con los migrantes ha sido el mejor mensaje para nuestra sociedad.
La convicción de que el Señor está en medio de los pobres hace que se unan evangelización y promoción humana. “Desde el corazón del Evangelio reconocemos la íntima conexión que existe entre evangelización y promoción humana” E.G. 178.
Para hacer realidad esta enseñanza del Evangelio, el Papa Francisco invita a asumir la cultura del encuentro que supera la indiferencia ante los que sufren y que hace posible el reconocimiento de la dignidad de cada persona humana. Esta cultura nos remite al hecho de que para hacer transformaciones sociales y hacer el mundo más acorde con el plan de Dios se requiere el reconocimiento de la dignidad de cada ser humano sin diferencias.
«Estamos acostumbrados a una cultura de la indiferencia y tenemos que trabajar y pedir la gracia de realizar una cultura del encuentro. De este encuentro fecundo, este encuentro que restituya a cada persona su propia dignidad de hijo de Dios, la dignidad del viviente. Estamos acostumbrados a esta indiferencia, cuando vemos las calamidades de este mundo o las cosas pequeñas: ‘qué pena, pobre gente, cuánto sufre’… y seguimos de largo. El encuentro. Si no miro – no basta ver, no, hay que mirar – si no me detengo, si no miro, si no toco, si no hablo, no puedo hacer un encuentro y no puedo ayudar a hacer una cultura del encuentro». Así decía el Papa Francisco durante una homilía el 13 de septiembre del año pasado.
La cultura del encuentro es, por otra parte, la mejor forma de hacer realidad la comunión entre los seres humanos por medio del dialogo. De hecho, el Papa Francisco ha estado comprometido con los esfuerzos que se hacen en el mundo por construir puentes para el diálogo en medio de situaciones particularmente difíciles. La visita a Tierra Santa fue una excelente oportunidad para acercar a los líderes de las tres grandes culturas y religiones en el mundo, a quienes después los veíamos en el Vaticano haciendo un gesto de muy profundo significado como fue la siembra de un árbol bajo el mensaje de sembrar algo conjuntamente a pesar de las diferencias.
En la concepción que tiene el Papa Francisco de la relación entre el Evangelio y las realidades sociales, la comunión y el diálogo tienen roles muy profundos, ambos ayudan a caminar en el reconocimiento de la dignidad de cada persona.
El Papa presenta esta cultura bajo una perspectiva en la que el motor dinamizador son los procesos de largo aliento, por ello dice que el tiempo es superior al espacio. Siempre queremos crear espacios pero el diálogo y el encuentro requieren tiempo, proceso. Al lado de ello se requiere voluntad y capacidad de ir más allá de lo que nos divide, lo cual hace que el Santo Padre lance un segundo principio según el cual la unidad es superior al conflicto.
Ante un mundo profundamente fracturado, polarizado e incapaz de diálogo, un mundo cuyas dinámicas están centradas en el mercado y no en la persona humana, un mundo movido por dinámicas individualistas de consumo y poder, el Papa insiste en que debe recuperarse el sentido de la responsabilidad que tenemos con la sociedad, con nosotros mismos y con la creación. La Encíclica Laudato Si nos plantea una expresión central en la cultura del encuentro: descubrir y definir una forma de relación con la creación que sea responsable de la casa común. Hemos olvidado que la creación se nos entrega para cuidarla. Cultura del encuentro y cultura del cuidado van de la mano, no son dos formas diferentes de posicionarse. La cultura del cuidado se centra en el valor del bien común y en la obligación que tenemos de asumir toda la diversidad y riqueza de la creación para que cada ser humano pase “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” como decía hace 50 años el Papa Paulo VI en la Encíclica Populorum Progressio. Cuando se piensa en términos de bien común el enfoque esta no en la destrucción o el uso ilimitado de los bienes de la creación sino en su cuidado. Ciertamente hemos querido usar y consumir ilimitadamente bienes que son limitados. Desde esta perspectiva el Papa Francisco recuerda el principio según el cual el todo es superior a las partes. El todo, la creación es superior y requiere el cuidado de cada uno de nosotros. Cuando se tiene una visión fragmentada, en la que lo importante son las ambiciones personales, la tentación es caer en una cultura del descarte, una cultura del desperdicio, en la cual todo se usa para tirarlo sin pensar en sus consecuencias. Cuando se tiene una visión de la totalidad, de la creación, se actúa desde la convicción de que cada uno de los bienes de la creación tiene un destino universal, se nos ha sido dado para que sirviera a la casa común.
Ha habido una larga trayectoria de reflexión de la Iglesia sobre la creación y los problemas ambientales que ha sido recogida por el Papa Francisco quien ha querido llamar la atención sobre los peligros que enfrenta el mundo y la sobrevivencia de la humanidad por un modelo irresponsable que se ha instalado por siglos. Pero el Papa quiere advertir que no se trata solo de ideas o teorías, sino que enfrentamos problemas serios y de hecho hace referencia a situaciones muy concretas que muestran el impacto de esa cultura del descarte en el medio ambiente y en la vida de las comunidades. Con un lenguaje profundo, que se expresa en forma sencilla, nos recuerda que la realidad es superior a la idea, es decir que el debate y las decisiones que se toman no provienen de percepciones abstractas sino de realidades que hoy tienen ya un impacto importante en el mundo.
Uno de los problemas que más ha marcado los mensajes del Santo Padre es la situación de exclusión en la que viven muchos migrantes en el mundo. El Papa fue al encuentro de ellos en el sur de Italia, y desde allí lanzó un mensaje sobre el hecho de que somos una sola familia humana. Pero no son los únicos gestos. Ha habido una preocupación constante por los habitantes de la calle, por los que no tienen techo y en el mismo Vaticano ha acondicionado la forma de atender sus necesidades y de acogerlos.
El Papa Francisco ciertamente ha hecho cercano el amor misericordioso de Dios a los que lo necesitan y se ha convertido en Pastor y heraldo de la Misericordia.