Situación de los migrantes en Puerto Carreño
Venezuela no era un país de emigrantes, todo lo contrario, ha sido una de las naciones de América Latina que a más inmigrantes ha albergado. Pero desde que llegó al poder Hugo Chávez (1999), con la ideología del socialismo siglo XXI, muchos empresarios, profesionales y contradictores políticos, decidieron dejar el país, para buscar mejores oportunidades para vivir.
Durante los seis años de gobierno de Nicolás Maduro, la situación se ha agravado convirtiéndose en una de las principales fuentes de emigración en el mundo. Algunos analistas estiman que más de 4.000.000 de venezolanos, sin contar a los colombianos retornados, han salido del país a causa de la pobreza, la inflación, la violencia, la confrontación política y el desabastecimiento de alimentos, de medicinas y otros medios básicos de subsistencia.
A lo largo de los 534 kilómetros de frontera con Venezuela, entran cientos y cientos de migrantes y retornados; en su mayoría, gente de bien que busca protección mientras pasa la crisis en su país. Podemos sumar también a los militares que huyen del régimen y se alinean al presidente interino Guaidó. Pero, no podemos desconocer que un pequeño grupo se dedica a la venta de drogas psicoactivas, al contrabando a baja escala, a la delincuencia común, al trabajo sexual.
A nivel de salud pública, se ha incrementado el número de personas que frecuentan el único hospital de segundo nivel que existe en la ciudad. El evento de salud que mayor impacto tiene sobre la población en general es la Malaria con 309 (2017-2019) casos reportados. En segundo lugar, se encuentra la desnutrición aguda en menores de 5 años, con 41 casos. El tercer lugar lo ocupa la varicela con 26 casos. El VIH Sida, la tuberculosis, el dengue, las infecciones respiratorias han aumentado, como también el número de venezolanas que buscan dar a luz[1].
Se percibe entre los pobladores, incluso, en algunos establecimientos públicos, negocios, hoteles, etc., conductas xenofóbicas. Algunos ven en los migrantes una amenaza permanente. Hay quienes argumentan que ahora con dificultad se puede acceder a la atención médica, por el alto número de extranjeros que acuden a diario al hospital por consulta externa; otros opinan que los escasos puestos de trabajo que ofrece la ciudad ahora son ocupados por los venezolanos y un número significativos de residentes temen la inseguridad y deterioro del orden público. A esto podemos agregar que muchos miran con recelo los proyectos de asistencia que opera la Iglesia y otras entidades, argumentando que a los pobres de Puerto Carreño nadie los atiende.
La Iglesia portadora de Esperanza
En muchas ocasiones he afirmado que la Iglesia, como cualquier organismo humano, tiene dos pulmones: el pulmón de la evangelización y el pulmón de la caridad. Es verdad que el ser humano puede vivir con un solo pulmón; pero, también es verdad que su actividad y calidad de vida puede menguar.
Si la Iglesia solo tuviera el pulmón de la fe a través del anuncio del Evangelio, pienso que sería una Iglesia poco creíble y poco fiel a las enseñanzas de la Palabra de Dios. O, si se dedicara solo a la caridad, que ya es bastante, caería en un simple humanismo, altruismo o asistencialismo, ignorando su naturaleza y misión en el mundo. Santiago nos dirá: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?” (Santiago, 2:14). Es una llamada de atención para mostrar que el cristianismo es una fe encarnada en las realidades de esta vida.
Somos conscientes de que más que dar comida, abrigo, medicina, etc., que si bien es lo primero, lo básico, la iglesia tiene la obligación de ser portadora de esperanza. Debe anunciar y tratar de que haya diversas iniciativas para ese pesimismo en el cual viven muchas personas.
¡Sí!, la Iglesia tiene que ser portadora de esperanza, un espacio de esperanza, una noticia de esperanza, para quienes habiendo abandonando su país, muy a pesar suyo, sin poder mirar atrás, la han perdido ante los múltiples intentos fallidos de recuperar la institucionalidad, la paz, el poder adquisitivo, etc. Es que una persona que ha perdido la esperanza se deshumaniza, tiene una visión negativa de las cosas, de las personas, de los acontecimientos. No es capaz de captar lo bueno, lo hermoso, lo positivo que hay en muchos aspectos de su vida. “La esperanza es algo constitutivo en el ser humano. Para el hombre, vivir es caminar hacia un futuro, su vida es siempre búsqueda de algo mejor. El hombre no solo tiene esperanza, sino que vive en la medida en que está abierto a la esperanza y es movido por ella”.
A esas personas desesperanzadas, como Iglesia, nos debemos acercar como lo hacía Jesús: escuchando atentamente su situación, acogiendo su sufrimiento, despertando su confianza, liberándolas de su soledad y ensanchando su horizonte, reavivando su esperanza de un tiempo y circunstancias mejores.
Desde la óptica cristiana nuestra esperanza tiene un nombre: Jesucristo resucitado. Solo desde él a los cristianos se nos desvela el futuro último que podemos esperar para la humanidad, el camino que puede llevar al ser humano a su verdadera plenitud y la garantía última ante el fracaso, la injusticia y la muerte. La resurrección es la última palabra sobre el destino final de todos, como dice Pablo a Timoteo: “Cristo es nuestra Esperanza” (1 Timoteo 1, 1).
Así, la trabajadora sexual, el bachaquero, el pordiosero, el indígena, el militar, el profesional, el padre de familia inmigrantes, que buscan esperanzados mejores oportunidades, deberían descubrir en la iglesia una institución esperanzadora; si no fuera así, perderíamos credibilidad ante el mundo y seguiríamos ofreciendo comida, alojamiento, pero no las razones para seguir viviendo y creyendo. Hemos vivido muchas veces este caso: la gente nos busca para que les colaboremos para pagar los servicios públicos, el arriendo, la comida, pero van a otro lado a buscar cómo alimentar el alma y las razones para vivir y para amar.
Dios quiera que tantos hombres y mujeres que han dejado su tierra, su familia, su patria, sus pequeñas seguridades, encuentren en nuestras iglesias y comunidades cristianas un refugio en dónde llorar sus desgracias y en dónde recuperar sus fuerzas para hacer realidad algún día sus anhelos, hasta que lleguemos a participar de aquél que con su resurrección y sus palabras henchía nuestros corazones.
+ Mons. Francisco Antonio Ceballos Escobar, C.Ss.R
Obispo
Vicariato Apostólico de Puerto Carreño
[1] Según el Sistema nacional en Vigilancia de Salud pública (SIVIGILA).