“Entonces supe por lo que tenía que luchar”

22 Jun 2023

Cuando las personas tienen que abandonar sus hogares temporal o permanentemente, pequeñas cosas suelen darles ilusión en una tierra extranjera. Para Vanessa Martínez es un vaso rosa, un vaso para beber, un vaso especial, porque le recuerda uno de los momentos más felices en Venezuela; cuando asistió a un juego de su equipo favorito: “Los Leones de Caracas”, quienes ganaron el partido de béisbol contra sus grandes rivales: “Los Navegantes Valencia” en una tarde donde el vaso tuvo valor. Su alegría al verlos por última vez era desbordante. Ya estaba claro que la joven de 35 años pronto tendría que dejar su casa, su familia, sus amigos y a los “Leones”. 

La situación en lo que fue la próspera Venezuela se tornó demasiado difícil. El país sudamericano duró mucho tiempo viviendo bien de las mayores reservas de petróleo del mundo, épocas de riqueza que protegieron, incluso, a la población más pobre con garantías de educación, nutrición, salud y sistemas sanitarios en todo el territorio. Sin embargo, con la caída del precio del petróleo, eso se acabó. El sistema económico no estaba diseñado para la sostenibilidad, a eso se le sumó la mala gestión, la corrupción y las sanciones internacionales, que concluyeron en una crisis inhumana y devastadora, provocando un éxodo acelerado de sus habitantes hacia otras partes del mundo. Todo comenzó hace menos de diez años, el país se tambaleaba al borde del abismo, luego de que las escuelas suspendieron las clases porque muchos profesores abandonaron el país; los hospitales ya no podían atender a los enfermos porque apenas quedan medicamentos y 7,1 millones de personas han tenido que migrar (sólo Siria es el país donde más personas huyen en todo el mundo). Es la mayor crisis de refugiados de América Latina y tal vez, la más olvidada del planeta. 

“No nos bastaba para sobrevivir, aunque yo tenía un buen trabajo en el hospital municipal”, recuerda Vanessa Martínez. Sus padres estaban enfermos, ella quería ayudarlos, pero no podía; “cuando te esclavizas y te esclavizas, cada día de nuevo, pero como mucho te puedes permitir arroz y pan, no puedes ayudar a tus padres enfermos, no puedes durar mucho”. Durante años, el gobierno venezolano ha sido incapaz de satisfacer las necesidades básicas de la población; el mísero salario mínimo de diez dólares se lo come la hiperinflación; al punto que algunos meses es posible comprar un kilo de arroz y una barra de pan, pero a veces sólo es posible adquirir doce huevos. Es imprevisible. Las personas que no tienen nada que vender en el mercado negro o a sus parientes en el extranjero tienen que recortar la comida en algún momento, provocando malnutrición y riesgos de desnutrición crónica o aguda.  La tasa de pobreza aumentó del 32% al 96% entre 2012 y 2020, y la desigualdad probablemente nunca ha sido tan alta como ahora, en el país que se propuso ser una “república socialista” en 2007. 


En algún momento, Vanessa Martínez se preguntó: ¿cuánto tiempo más podré luchar contra la inflación, la mala gestión y la corrupción? ¿y contra un sistema político autoritario que no promete ninguna esperanza de cambio? En 2015, ella sacó las conclusiones y empacó su maleta, huyó, porque no podía ser peor. Eso pensó entonces. Lo principal era tener algo que comer y tener un poco de esperanza. 

Con algo de comida, algunas camisetas y pantalones, el vaso de “Leones” en la mochila y una gran esperanza en el alma, partió hacia la frontera con Colombia. Cruzó la frontera y se encontró con otra cultura y otros problemas. Luchó por la vida, igual que los otros casi más de dos millones de venezolanos que han buscado refugio en Colombia; trabajando en el campo, ayudando a desconocidos en el hogar, fue humillada, acosada, insultada y tuvo que reconocer que la vida en Colombia no estaba siendo mejor que en Venezuela, al contrario: “a las seis de la mañana, no tenía dinero para comprar pan y eso era terrible”. 

El camino de Vanessa Martínez podría haber terminado en algún momento, mientras la angustia y desesperanza se hacían cada vez más grandes. Su ánimo y energía para la lucha diaria se agotaban; sin embargo, viajó hacia Ocaña, encontró un nuevo hogar en este municipio y nació su hija, el punto de inflexión para decirse así misma: “entonces supe de nuevo por lo que tenía que luchar.”  



Su hija nació con una enfermedad complicada en el tracto gastrointestinal, su tratamiento es costoso y el acceso a la salud para los migrantes y refugiados en Colombia es precario. Un hospital especializado puede tratar a su hija, pero es una lucha que muchas personas migrantes tienen que librar en Colombia, dado su estatus irregular y sin garantía de derechos. Es que muy pocas de las personas que migran cuentan con pasaporte, porque la expedición de documentos en Venezuela cuesta doce veces el salario mínimo mensual. Sin embargo, su hija nació en Colombia, por lo que tiene derecho a tener un tratamiento; en ese proceso fue fundamental el acompañamiento de Cáritas Ocaña.  

Los asesores jurídicos le indicaron el camino a través de los procesos legales para que su hija recibiera la atención necesaria en salud, ya que “para los venezolanos recién llegados es difícil entender cuáles son sus derechos y si las decisiones de las autoridades son válidas. Sobre todo, porque las leyes han cambiado a menudo en los últimos años”, explica la abogada de Cáritas Maryi Vergel. Ayudar a los refugiados en esta lucha forma parte de la misión que Cáritas puede ofrecer en Colombia gracias al programa “EuroPana” financiado por la Unión Europea y Cáritas Alemania. Además de asesoramiento jurídico, incluye un programa de alimentación para madres e hijos, ayuda médica, subsidios de alquiler y acompañamiento psicológico.  

También, sólo con la ayuda de la psicóloga de Cáritas comprendió Vanessa por lo que había pasado en los últimos años, por qué estaba a menudo tan deprimida y , por qué su fuerza física y mental menguaba cada vez más. “Estas charlas eran tan importantes para mí como las ayudas al alquiler”, dice Vanessa. “El agujero en el que estaba era tan profundo que no sé si habría encontrado la manera de salir de él por mí misma”. 

Hoy, Vanessa Martínez forma parte de la ayuda de Cáritas y quiere devolver algo del apoyo que ha recibido, ofreciendo un espacio de su casa para talleres, por ejemplo, donde los recién llegados pueden recibir asesoramiento inicial e intercambiar ideas entre ellos. Esta activa mujer de 35 años es ahora muy conocida en el territorio para apoyar a otros compatriotas que al igual que ella buscan un futuro mejor en Colombia. Cuando pasea por su barrio, a menudo se le acercan y le piden consejo, porque Vanessa coordina desde entonces el contacto con los asesores especializados. 



“He experimentado tanta ayuda y solidaridad”, dice sobre su compromiso, “que quiero devolver algo. Si siembras, algún día puedes recoger. Creo firmemente en ello”. 

Escrito por Achim Reinke 

Fotografías por Philipp Spalek 

Corrección de estilo en español por Alejandra Ramírez Ochoa 

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